domingo, 12 de junio de 2016
Negativa a avalar criterios de evaluación en el Conicet
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Mirta Varela
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miércoles, 6 de enero de 2010
Duelo y melancolía
En menos de un año, tres muertes fueron objeto de duelo público en
Resulta fácil explicar la condición de ídolo popular de Sandro y la pervivencia de formas de expresión popular en los rituales que rodean su muerte. Sin embargo, hay algo que produce incomodidad en el modo en que los muertos recientes han sido rápidamente catapultados a la condición de inmortales. Hay un regodeo en el dolor por la pérdida que da cuenta de un desplazamiento del sentido de estos rituales que la cultura contemporánea parecía haber descartado (por no decir, enterrado).
Cuando la carrera de Sandro en el mundo del espectáculo todavía era incipiente, una película de Rodolfo Kuhn parodió la construcción mediática de un ídolo de la canción. Era fácil descubrir en Pajarito Gómez (1965) a Palito Ortega, salvo por el final del filme que incluye el velatorio del ídolo. Aunque las figuras de Palito y Sandro no podían ser más antagónicas, el tiempo los volvió amigos entrañables. De la misma manera, aunque sólo Sandro podía ser reivindicado por el rock, últimamente Charly se ha hecho íntimo de Palito. En esta suerte de aplanamiento de figuras que produjo el duelo por Sandro hemos podido asistir al llanto de Mirtha Legrand que no se cansó de repetir lo inteligente y lo culto que era. Susana Giménez, afortunadamente, se limitó a decir que era muy buen mozo y que disfrutó los besos apasionados que se daban durante el rodaje de una película. También pudimos oir a Graciela Borges, a Soledad Silveyra y a María Martha Serra Lima. Leo Dan ¿quién recuerda a Leo Dan? desde Estados Unidos rogó que “ojalá la muerte de Sandro nos una más a todos los argentinos...” Violeta Rivas que ya nunca volverá a ser la misma después de Capusotto, tampoco ahorró su testimonio. Los canales de televisión repitieron estas intervenciones telefónicas que luego los diarios reprodujeron como palabra santa. Crónica TV y Canal 26, más fieles al estilo del ídolo, mostraron una cuidada producción sobre su vida y su obra que, en su larga agonía, les había dado tiempo de preparar. Crónica TV se mostró de esta manera más profesional que Clarín que había anunciado anticipadamente la muerte de Sandro. Pero sin duda, lo más interesante, ha sido el despliegue del diario
Por el desparpajo de Sandro en sus comienzos, el componente sexual que rescató Susana y que llevó a varias generaciones de mujeres a rebolearle sus bombachas en la cara durante los recitales, Sandro fue seguramente la figura argentina más interesante para rockeros e intelectuales en busca de transgresión o juego. Quienes jamás podríamos sonreir con una canción de Palito Ortega, nunca le hubiéramos negado un karaoke a Sandro. Es comprensible, entonces, el duelo por su figura. Y si alguien ve en ello alguna suerte de exceso, sólo resta apelar a la necrofilia como rasgo nacional aunque Michael Jackson permite ver a nivel internacional cómo la exaltación de los ídolos muertos está en alza.
La muerte de Valentino en el temprano cine mudo o de Pajarito Gómez en la ficción de los años sesenta muestran que la muerte de las celebridades del mundo del espectáculo ha sido un componente intrínseco a su condición de ídolos. La muerte temprana o accidental –como en el caso de Gardel que tanto se ha mencionado a propósito de Sandro- añadía en aquellos casos un elemento imprescindible. Últimamente, en cambio, el envejecimiento y deterioro de estas figuras resulta aceptable. La escena del velatorio de Pajarito Gómez incluía un ingrediente revulsivo. Los (las en su mayoría) asistentes no pueden parar de llorar por la muerte de su ídolo. Sin embargo, alguien de pronto hace oir su música y todos comienzan, primero tímidamente y luego desenfadadamente, a bailar. El llanto exaltado muta fácilmente en exaltación rítmica. Sólo una chica con quien la discográfica le había inventado un conveniente romance, grita desesperadamente ante la escena algo primitiva del baile-velatorio.
La película era una crítica al artificio de una industria cultural que imponía ídolos como productos de mercado descerebrados y pasajeros. En 1965 los ídolos se construían rápidamente y tampoco había tiempo para el duelo que inesperadamente se convertía en fiesta. En la actualidad, los rituales sociales han vuelvo a ocupar el centro de la escena. Cumpleaños de quince que parecen casamientos, casamientos que exigen wedding planners, fiestas de fin de curso y de egresados de jardín de infantes, son signos de una cultura que adora los rituales que creía haber perdido y que construye el recuerdo desde el nacimiento. Los años dorados de Sandro coinciden con un momento de aceleración política y de tensión hacia un futuro revolucionario: sus discos más memorables son de 1968, 1969 y 1970. En la actualidad, toda nuestra cultura parece volcada hacia el pasado. El Canal Volver, pionero local en la producción de nostalgia a gran escala, va a emitir este fin de semana la filmografía de Sandro en continuado: Gitano, Muchacho, Operación Rosa Rosa, Subí que te llevo.
Alfredo Casero en Cha, cha, cha parodió muy inteligentemente a Sandro en estas películas. Le dedicó “al Gitano” uno de sus ciclos en homenaje al cine argentino de todos los tiempos: “Me quedé ciego” . Casero supo combinar muy bien el acercamiento afectuoso al personaje, la estética que formaba parte de su memoria y la crítica despiadada que sólo puede hacerse a algo que se considera propio. Roberto, el protagonista del filme de Casero, cantaba con la incofundible dicción del Gitano: “Fuiste un pedo en el verano nada más” o “Qué macana, me quedé ciego”. Recuperaba de esta manera, el gesto irreverente, el rasgo entrañable del personaje homenajeado. Como si alguien se animara a decir en este momento “Qué macana, se murió”. Me pregunto si la risa no resulta adecuada al duelo o si sólo se trata de un exceso de solemnidad. El Congreso brinda un escenario insuperable para el exceso de solemnidad que supone, sin duda, convertir a un atorrante seductor, en un caballero y un hidalgo.
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Mirta Varela
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viernes, 4 de diciembre de 2009
La diputada más anciana del Congreso

La más célebre conductora de la televisión argentina presidió ayer la sesión del Congreso durante la jura de los nuevos diputados electos. La noticia combina de manera tan perfecta ingredientes de la política y la televisión que parece el invento de algún cómico ingenioso. Sin embargo, una vez más, la realidad supera a la ficción.
Pinky -porque por ese apodo conocemos los argentinos adultos a la Diputada Lidia Elsa Satragno- fue una conductora de televisión. Esto quiere decir que construyó su personaje mediante la combinación equilibrada de una voz y una modulación inconfundibles, con una cara y un cuerpo particularmente bellos. Cuando comenzó su carrera durante los años cincuenta fue bautizada con un nombre con reminiscencias norteamericanas que le sumaban, además, un rasgo contemporáneo de modernidad y juventud. Sin embargo -según se decía entonces- Pinky ya poseía “una belleza clásica”. Lejos de las rubias pasajeras que la televisión encumbraba y abandonaba rápidamente, Pinky fue una jovencita precoz que ya anunciaba con su pelo morocho bien argentino a la futura señora de la televisión nacional. Así lo entendió rápidamente Leopoldo Torre Nilsson cuando le ofreció el papel de “la chica bonita” en La Caida, un filme de 1958, el mismo año en que es declarada “mujer del año” por su reconocida labor en televisión. Así lo entendió mucho tiempo después la última dictadura, cuando en 1980 utilizó su voz y su rostro para anunciar la inauguración de la televisión color. O cuando en 1982 volvió a solicitar sus servicios para conducir el programa monstruo donde las damas patrióticas ofrecieron, una vez más, sus joyas al ejército argentino en un estudio de televisión. Así lo entendió ayer Graciela Camaño cuando invitó a la diputada más anciana del Congreso a presidir la sesión.
Hay que decir que Pinky estaba vestida para la ocasión: un inefable cuello de volados de gasa u organza (espero que se sepa disculpar mi ignorancia e impericia) rodeaban su cuello y le otorgaban el aire adusto y severo pero también femenino y ligero que requería el rol. Pinky, que llevaba el pelo corto y abultado en la película de Torre Nilsson, lucía ayer un peinado prolijamente recogido en alto. Lucía, en fin, el look de una anciana. Pero no una anciana como las que vemos por la calle, empeñadas en parecer jóvenes y activas, sino una anciana de la televisión de los años sesenta. Algo así como la caricatura de abuelita que ideó uno de los dibujos animados más famosos de entonces: Tweety. Pinky (cuyo apodo rima con el nombre del pajarito) parecía imitar ayer a la adorable abuelita que persigue a bastonazos al gato, para luego molerlo a golpes al grito de “escúpelo, escúpelo, escúpelo”.
En su momento, Pinky no participó en la conducción de Parlamento 13 que, no está de más aclarar, era conducido por varias figuras masculinas, más apropiadas para los temas serios que allí se discutían. Las mujeres que integraban el staff se limitaban a operar como taquígrafas de mentirita. Ayer, el noticiero de Canal 13 -que demostró ser menos efímero que el Parlamento- presentó esta noticia con el título “Muñeca brava”. Hoy, el diario La Nación incluye una nota de color de Pablo Sirvén titulada “Pinky, una estrella que volvió a brillar”. El diario Clarín destaca el modo en que Pinky se mostró imperturbable y consiguió hacer silencio en el recinto. Todo parece hacer pensar que las riendas del país pueden ser conducidas con mano firme y canas bien peinadas de una vieja estrella de televisión. Creo que la escena amerita, sin embargo, otra mirada.
La televisión –como ya lo había hecho la radio- otorgó a los conductores un rol protagónico. A través de su voz y su rostro establecían un contacto con el público que resultó fundante para el contrato del medio. No importaba el contenido sino el vínculo. La sobreimpresión de las formas televisivas sobre las formas de la política adquirió muy tempranamente un sentido literal, como en el caso de Parlamento 13. Que cuarenta años después sea una vieja conductora de televisión quien reclama y otorga símbolos de institucionalidad al Congreso Nacional habla de una etapa superior de las instituciones, las formas y la parodia.
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Mirta Varela
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Etiquetas: Espectáculo, Medios, Política