Hace tiempo que este blog está inactivo porque utilicé otros medios para la difusión de las ideas y comentarios que dieron origen a este espacio pero para este tema me parece que toda difusión es adecuada.
La nota que sigue fue discutida con los miembros de la Comisión de Sociología y Demografía para ingresos CIC del Conicet y luego presentada ante el Presidente y el Directorio del Conicet. Planteo un conflicto ético y, en consecuencia, mi negativa a avalar las evaluaciones del modo en que nos solicitan que las realicemos:
Buenos Aires, 9 de
junio de 2016
Sr. Presidente
Conicet
Dr. Alejandro Ceccatto
c/c: Directorio del Conicet
De mi mayor consideración:
El Directorio
del Conicet me ha designado como miembro de la Comisión Asesora de Sociología y
Demografía para ingresos CIC. Se trata de una tarea que me honra, al mismo
tiempo que me llena de responsabilidad y de inquietud. Me honra formar parte de
un órgano de asesoramiento para decidir qué colegas se incorporarán al Área disciplinaria
en la que desarrollo mi investigación, pero no puedo sino sentir preocupación cuando
se me solicita que utilice criterios que no comparto para la realización de
esta tarea. Como investigadora formada en un área donde la crítica es condición
sine qua non para el trabajo intelectual, no puedo sino interrogarme acerca del
sentido de la cuantificación de antecedentes standarizados con los que se mide
a los postulantes para el ingreso a carrera del investigador.
Mi inquietud
no es original, ya que numerosos investigadores, colectivos de investigadores en Ciencias
Sociales y Humanas e inclusive varios integrantes de comisiones asesoras han
expresado su desacuerdo con la aplicación de criterios externos a estas áreas
para la evaluación en el Conicet y, de hecho, circula actualmente un petitorio donde
se reclama el abandono de la aplicación de la jerarquización de revistas en la
evaluación científica, es decir, la Resolución 2249/2014.
Quisiera
dejar constancia de que intenté cumplir con mi tarea. Sin embargo, hacerlo me
enfrenta a la constatación empírica de la arbitrariedad de estos criterios. Postulantes
que presentan planes de trabajo interesantes y bien fundados, que dan cuenta de
trayectorias sinuosas producto de la curiosidad intelectual, publicaciones
originales que aportan conocimiento y perspectivas novedosas, pero que han
demorado “demasiado” en concretarlas o que no se han preocupado lo “suficiente”
en publicarlas en revistas del Grupo I porque lo hicieron donde tuvieron mayor
circulación entre sus pares o divulgación entre los afectados por sus
resultados, son calificados como “no recomendables”. Por el contrario,
postulantes que publicaron un número considerable de artículos en forma
acelerada, cuya lectura deja como saldo una profunda insatisfacción acerca de
la madurez, la originalidad y el interés de los resultados presentados, cumplen
con todos los requisitos para su recomendación a ingreso. Sería difícil culpar a
los postulantes obedientes que siguieron esta última estrategia pero, personalmente,
no podría sino cuestionar mi decisión si califico al segundo postulante por
sobre el primero.
Aplicar la
valoración que surge de los índices de revistas (para los cuales, dicho sea de
paso, el Conicet ni siquiera me ofrece acceso gratuito en los casos que
requieren pago) me enfrenta a contradicciones éticas insostenibles: ¿cómo reclamar
al Conicet que deje sin efecto una resolución que yo misma estaría aplicando?
¿Cómo cuestionar criterios standarizados y cuantitativos cuando los estaría
haciendo cumplir simultáneamente como miembro de la Comisión? Pero sobre todo:
¿cómo avalar un sistema de evaluación que considero que corroe la legitimidad y
el prestigio de mi propio espacio de trabajo y que orienta a los futuros
investigadores en una dirección que considero completamente inadecuada?
Entiendo que
la legitimidad de esta institución –a la que me produjo un enorme orgullo
pertenecer, al momento de obtener mi ingreso- sólo puede sostenerse si los
criterios utilizados en la evaluación son transparentes, consensuados y
autónomos respecto de lógicas ajenas al campo científico. Sin embargo, asisto
con pesar al deterioro de esta legitimidad cada vez que los máximos exponentes
de la Ciencia en Argentina utilizan las instituciones públicas con fines
políticos partidarios, cuando colaboran con empresas cuyos efectos nocivos son
de conocimiento público y cuando emiten opiniones sin fundamento acerca de
cuestiones específicas de las Ciencias Sociales, banalizando nuestro trabajo.
El Ministro
de Ciencia y Tecnología ha dicho recientemente que “toda la educación que
todavía tenemos fue pensada para formar empleados obedientes de empresas muy
grandes, era gente que tenía que saber su trabajo y obedecer. Hoy el cambio es
radical: necesitamos gente que piense las cosas de otra manera” (Participación
en Intratables, programa emitido por
América TV, 24-5-2016). La cita no fue hallada en una publicación del Grupo I y,
aunque fue pronunciada por un investigador de vasta trayectoria, puede ponerse
en duda con una hipótesis y un método adecuados. Sin embargo, espero que no se
me cuestione esta referencia para fundamentar lo que quiero decir: necesito
pensar las cosas de otra manera y no puedo actuar como una empleada obediente.
Por ese motivo, no voy a avalar con mi firma los ingresos a carrera decididos
por medio de criterios que no comparto. Espero que el Sr. Presidente y los
miembros del Directorio sepan comprender. En cualquier caso, es de suponer que
el Ministro no podría sino estar de acuerdo con mi decisión.
Saludo a
ustedes muy atentamente y quedo a su disposición para cualquier aclaración o
ampliación,
Dra.
Mirta Varela