miércoles, 6 de enero de 2010

Duelo y melancolía


 

En menos de un año, tres muertes fueron objeto de duelo público en la Argentina. Raúl Alfonsín, primero. Mercedes Sosa. Y ahora, Sandro. Los personajes no podían ser más disímiles entre sí pero su tratamiento coincidió en varios aspectos. Todos ellos recibieron el máximo honor de ser velados en el Congreso de la Nación. En los tres casos, la radio y la televisión le dedicaron tiempo completo al seguimiento de sus muertes y velatorios e hicieron desbordar, de esta manera, su grilla habitual. La reconstrucción exaltada de la vida de los personajes y su inclusión póstuma pero inmediata en el panteón nacional (si algo así existiere), también ha sido recurrente. ¿Existe alguna diferencia entre estos entierros multitudinarios, con caravanas populares plagadas de símbolos de los muertos y los memorables entierros de Gardel, Yrigoyen, Evita o Perón, por no decir de Valentino o Churchill? ¿Por qué debiera llamar la atención el reconocimiento afectuoso a un personaje entrañable? ¿No se trata, acaso, de un ritual necesario, del modo en que nuestra cultura procesa la muerte? 
Resulta fácil explicar la condición de ídolo popular de Sandro y la pervivencia de formas de expresión popular en los rituales que rodean su muerte. Sin embargo, hay algo que produce incomodidad en el modo en que los muertos recientes han sido rápidamente catapultados a la condición de inmortales. Hay un regodeo en el dolor por la pérdida que da cuenta de un desplazamiento del sentido de estos rituales que la cultura contemporánea parecía haber descartado (por no decir, enterrado).
Cuando la carrera de Sandro en el mundo del espectáculo todavía era incipiente, una película de Rodolfo Kuhn parodió la construcción mediática de un ídolo de la canción. Era fácil descubrir en Pajarito Gómez (1965) a Palito Ortega, salvo por el final del filme que incluye el velatorio del ídolo. Aunque las figuras de Palito y Sandro no podían ser más antagónicas, el tiempo los volvió amigos entrañables. De la misma manera, aunque sólo Sandro podía ser reivindicado por el rock, últimamente Charly se ha hecho íntimo de Palito. En esta suerte de aplanamiento de figuras que produjo el duelo por Sandro hemos podido asistir al llanto de Mirtha Legrand que no se cansó de repetir lo inteligente y lo culto que era. Susana Giménez, afortunadamente, se limitó a decir que era muy buen mozo y que disfrutó los besos apasionados que se daban durante el rodaje de una película. También pudimos oir a Graciela Borges, a Soledad Silveyra y a María Martha Serra Lima. Leo Dan ¿quién recuerda a Leo Dan? desde Estados Unidos rogó que “ojalá la muerte de Sandro nos una más a todos los argentinos...” Violeta Rivas que ya nunca volverá a ser la misma después de Capusotto, tampoco ahorró su testimonio. Los canales de televisión repitieron estas intervenciones telefónicas que luego los diarios reprodujeron como palabra santa. Crónica TV y Canal 26, más fieles al estilo del ídolo, mostraron una cuidada producción sobre su vida y su obra que, en su larga agonía, les había dado tiempo de preparar. Crónica TV se mostró de esta manera más profesional que Clarín que había anunciado anticipadamente la muerte de Sandro. Pero sin duda, lo más interesante, ha sido el despliegue del diario La Nación donde el itinerario de su vida merece el título “de pecador a hidalgo”. En un periplo de condenas y redenciones, La Nación dice que se trata de la muerte de “alguien que se parece a lo mejor que los argentinos queremos ser, y también a lo que lamentablemente no hemos sido”.  



Por el desparpajo de Sandro en sus comienzos, el componente sexual que rescató Susana y que llevó a varias generaciones de mujeres a rebolearle sus bombachas en la cara durante los recitales, Sandro fue seguramente la figura argentina más interesante para rockeros e intelectuales en busca de transgresión o juego. Quienes jamás podríamos sonreir con una canción de Palito Ortega, nunca le hubiéramos negado un karaoke a Sandro. Es comprensible, entonces, el duelo por su figura. Y si alguien ve en ello alguna suerte de exceso, sólo resta apelar a la necrofilia como rasgo nacional aunque Michael Jackson permite ver a nivel internacional cómo la exaltación de los ídolos muertos está en alza.  
La muerte de Valentino en el temprano cine mudo o de Pajarito Gómez en la ficción de los años sesenta muestran que la muerte de las celebridades del mundo del espectáculo ha sido un componente intrínseco a su condición de ídolos. La muerte temprana o accidental –como en el caso de Gardel que tanto se ha mencionado a propósito de Sandro- añadía en aquellos casos un elemento imprescindible. Últimamente, en cambio, el envejecimiento y deterioro de estas figuras resulta aceptable. La escena del velatorio de Pajarito Gómez incluía un ingrediente revulsivo. Los (las en su mayoría) asistentes no pueden parar de llorar por la muerte de su ídolo. Sin embargo, alguien de pronto hace oir su música y todos comienzan, primero tímidamente y luego desenfadadamente, a bailar. El llanto exaltado muta fácilmente en exaltación rítmica. Sólo una chica con quien la discográfica le había inventado un conveniente romance, grita desesperadamente ante la escena algo primitiva del baile-velatorio.
La película era una crítica al artificio de una industria cultural que imponía ídolos como productos de mercado descerebrados y pasajeros. En 1965 los ídolos se construían rápidamente y tampoco había tiempo para el duelo que inesperadamente se convertía en fiesta. En la actualidad, los rituales sociales han vuelvo a ocupar el centro de la escena. Cumpleaños de quince que parecen casamientos, casamientos que exigen wedding planners, fiestas de fin de curso y de egresados de jardín de infantes, son signos de una cultura que adora los rituales que creía haber perdido y que construye el recuerdo desde el nacimiento. Los años dorados de Sandro coinciden con un momento de aceleración política y de tensión hacia un futuro revolucionario: sus discos más memorables son de 1968, 1969 y 1970. En la actualidad, toda nuestra cultura parece volcada hacia el pasado. El Canal Volver, pionero local en la producción de nostalgia a gran escala, va a emitir este fin de semana la filmografía de Sandro en continuado: Gitano, Muchacho, Operación Rosa Rosa, Subí que te llevo



Alfredo Casero en Cha, cha, cha parodió muy inteligentemente a Sandro en estas películas. Le dedicó “al Gitano” uno de sus ciclos en homenaje al cine argentino de todos los tiempos: “Me quedé ciego” . Casero supo combinar muy bien el acercamiento afectuoso al personaje, la estética que formaba parte de su memoria y la crítica despiadada que sólo puede hacerse a algo que se considera propio. Roberto, el protagonista del filme de Casero, cantaba con la incofundible dicción del Gitano: “Fuiste un pedo en el verano nada más” o “Qué macana, me quedé ciego”. Recuperaba de esta manera, el gesto irreverente, el rasgo entrañable del personaje homenajeado. Como si alguien se animara a decir en este momento “Qué macana, se murió”. Me pregunto si la risa no resulta adecuada al duelo o si sólo se trata de un exceso de solemnidad. El Congreso brinda un escenario insuperable para el exceso de solemnidad que supone, sin duda, convertir a un atorrante seductor, en un caballero y un hidalgo.